“Yo estoy siempre haciendo cosas que no puedo hacer, y así es como consigo hacerlas”. Pablo Picasso.
La escuela en el futuro planteará una serie de problemas que si no se atajan hoy repercutirán negativamente en su funcionamiento, y lo que es peor, en su imagen pública. Puesto que la escuela viene perdiendo en los últimos años su significado social y aunque esta afirmación sea llamativa, la escuela del futuro no debería ser muy diferente de la actual.
Para que la escuela como institución educativa en el 2018 simplemente funcione, en primer lugar debe estar reconocida, valorada y puesta en valor por la clase política. Efectivamente, si la educación no ocupa un lugar fundamental en las agendas de todos los países, desde los desarrollados hasta los del tercer mundo, difícilmente las sociedades se desarrollarán, primero en valores, y después en los conocimientos que sienten las bases del desarrollo.
En segundo lugar, aunque relacionado con lo anterior (porque los gobiernos han de apostar por ello), la escuela debe ser capaz de adaptarse a los nuevos tiempos, al nuevo alumnado, a las nuevas familias, etc.
También debe modelar las nuevas pedagogías y metodologías a la realidad, situarlas en un nivel adaptado al desarrollo de los alumnos/as. De este modo, partiendo de sus más directos protagonistas, la escuela puede y debe abrirse a las familias y la sociedad como centro del saber y de la cultura, una biblioteca de todos los campos del saber.
Finalmente, y este cambio debería producirse desde ya para llegar al 2018 con plena vigencia, tendría que haber un cambio de actitud social que se viese reflejado en familias y alumnos, una confianza mutua en que la labor de la escuela es básica para el desarrollo integral de la persona. No hay que olvidar, además, que el espíritu de sacrificio y trabajo que existía años atrás ha conseguido llevarnos a este nivel de progreso, y que para llegar y superar el 2018 no sería mal compañero de viaje.
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